Los aficionados de Rayados de Monterrey tienen motivos suficientes para hacer peregrinaciones a San Juan de los Lagos, dar gracias al cielo y renovar las mandas a sus patronos, por las mieles y las bendiciones que el futbol les ha regalado en estos últimos tiempos.
La temporada pasada obtuvieron el campeonato de Liga. En esta siguen de nuevo con un paso arrollador y en la Copa Libertadores se esfuerzan por avanzar a octavos de final. La diosa fortuna los ha acunado en sus amorosos brazos.
Monterrey es una ciudad industrial, líder nacional en todo. Lo que pasa en México pasa en esta ciudad, que vive latiendo al pulso de la nación. Sin embargo, en cuestiones de tradición futbolera, la plaza tiene un pedigrí pobre, inexistente. Su condición es de inopia, comparada con los logros tradicionales en otras áreas, como los de los capitanes empresariales, su tradicional pujanza hacia la prosperidad y la cultura laboral heredada por judíos y transmitida por generaciones a sus descendientes.
El otro equipo de la Ciudad es Tigres, de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Tuvo su época de gloria en los 80 cuando surgió una dinastía irrepetible. En 2001 y 2003 tuvieron dos subcampeonatos. Desde entonces, en esta escuadra todo son decepciones, malos resultados, riesgos de descenso.
Tigres y Rayados viven ahora la desgracia y la alegría de las hermanas del cuento: una es bella y agraciada, y la otra fea e insulsa.
Me divierto observándolos reñir en el sub deporte de las cacayacas, que tan entretenida tiene a la ciudad. Juntas, las dos aficiones conforman el corpus colectivo de fanáticos de mayor calidad, fidelidad y calidez de México. Son la mejor afición del país.
Los regios hacen mofa de los felinos al recordarles que desde hace 28 años no obtienen un campeonato.
A mí también me da risa la arrogancia de los seguidores del equipo llamado La Pandilla. El club, fundado en 1945, obtuvo su primer campeonato en 1986, es decir, 41 años después de su creación. Incluso esa copa tuvo asterisco. Como fue año de Mundial, el torneo se recortó y se hizo una miniliga de la que Rayados salió airoso. Antes de eso, eran un equipo afanador y voluntarioso, pero sin glorias.
Hasta 2003, Tigres tenía dos campeonatos y Rayados uno. Los regios ni ruido hacían en esos años y se sentían apenados por la escasez de brillos en su vitrina.
Tigres, en cambio, aparecieron en primera división en 1974 y en 1978 ya habían conquistado su primer campeonato, de aquellos torneos larguísimos de casi 50 partidos. Luego repitieron la hazaña en 1982. Desde entonces, el equipo ha sufrido por malas administraciones, manoseo de directivos y empresarios y una imposibilidad por darle continuidad a proyectos.
La rueda giratoria en las ferias, conocida como la Rueda de la Fortuna, tiene ahora a Rayados arriba, en el mirador, desde donde todo se ve pequeño. Tigres está abajo, desde donde todo parece inmenso y atemorizante.
Pero, claro, el aparato rota y las posiciones cambian. Los equipos cimeros pronto son abajeños y viceversa.
Me gusta ver la caída de los equipos que se sienten grandes. Un día adoran a su entrenador y, como ocurre siempre, al siguiente terminan echándolo a patadas por una racha adversa.
