Desde hace 25 años, Sor Ventura Rojas Guzmán, recorre el mundo para llevar atención médica, tratamientos, enseñanza, oficios, comida, entre otras acciones para mejorar la vida de sus habitantes. Su vocación por ayudar al prójimo la llevó a viajar hasta el otro lado del mundo donde ha apoyado a cientos de personas.
Su amor y solidaridad por el prójimo es tan grande que viajó miles de kilómetros, de México hasta la República Democrática del Congo, para realizar misiones de servicio en las comunidades más necesitadas.
Desde hace 25 años, Sor Ventura Rojas Guzmán, recorre el mundo para llevar atención médica, tratamientos, enseñanza, oficios, comida, entre otras acciones para mejorar la vida de sus habitantes.
Originaria de la Ciudad de México inició su instrucción académica como bailarina de danza folklórica, convirtiéndose en su pasión durante muchos años, sin imaginarse que tiempo después su vida daría un giro radical para llevarla por el camino de la fe y dedicación a las personas más humildes y desprotegidas.
A los 15 años de edad pertenecía a un grupo de teatro y danza integrado por jóvenes que asistían a una parroquia, quienes realizaban visitas a diversos asilos y hospitales en donde se atendía a enfermos crónicos con el objetivo de distraerlos y alegrarles la vida.
“Desde niña mi pasión eran los bailables y las artes histriónicas, pero cuando íbamos a ver a los enfermos les cantábamos y danzábamos para que se olvidaran un momento de sus afecciones, algo en mi nació. Cuando los observaba como se divertían, sonreían e incluso participaban en las dinámicas comenzó a crecer en mi corazón la necesidad de apoyar porque sabía que podía hacer algo más por ellos”, relató.
Los jóvenes visitaban diversos lugares, pero fue en el hospital Tepexpan en el Estado de México, cerca de las pirámides de Teotihuacán, que conoció a las hermanas de la Congregación Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul lo que le permitió observar y enamorarse de su labor.
“Ahí atendían enfermos crónicos, minusválidos, gente abandonada por su familia o que no tenían servicios públicos de salud, eran más de 400 pacientes para la poca cantidad de hermanas que les servían. En ese entonces me llamó la atención cómo realizaban cada acción con tanto cariño en cada una de las personas”, dijo.
En una presentación del grupo de danza dentro de un hospital, una muchacha de 17 años de nombre Maricruz, que padecía una deformación progresiva, le dijo las palabras que le confirmarían que su destino era servir como las hermanas de la caridad.
“Maricruz me dijo: ‘Tu no te imaginas lo que significa para nosotros la labor que hacen las hermanas y el ánimo que nos brindan. Si ellas no estuvieran aquí no nos atenderían bien, en cambio las hermanas nos cuidan con amor y dedicación lo que nos ayuda a sentirnos queridos y protegidos”, recordó.
Para la joven fue alentador y a la vez un reto cada palabra que le decía la enferma por lo que desde ese día inició su proceso de fe y vocación hacia las personas necesitadas.
A los 18 años de edad decidió irse con las Hermanas de la Caridad para iniciar una vida de servicio a favor de los enfermos, minusválidos, pobres y toda persona que requiriera apoyo.
“Sentí esa motivación de brindar auxilio y hacer algo más por mis semejantes. Estuve visitando el albergue los fines de semana y los acompañaba a la catequesis en el Pedregal de Santo Domingo, en ese entonces era un área de personas que no tenían hogar fijo, recuerdo que era una zona rocosa con casas de cartón; después de un tiempo me decidí a vivir con ellas y me aceptaron”, recordó.
Durante los primeros meses fue enviada al hospital “Nuestra Señora de la Salud” en Morelia, que atendía a personas de escasos recursos. Ahí inició otro tipo de asistencia a gente que venía de otras entidades, recibían a toda hora del día a personas heridas, ambulancias y demás enfermos.
“De esa forma descubrí la generosidad de las Hermanas de la Caridad ya que no importaba a qué hora se requiriera porque siempre estaban disponibles para ir a la sala de radiología, quirófanos, sala de partos, urgencias. Estuve seis meses y posteriormente entré al seminario por dos años y nuevamente regresé al hospital donde permanecí por más de seis años”, mencionó.
Además de los servicios de salud, organizaban actividades, festejos y docencia ya que era un hospital escuela para las facultades de Medicina y Enfermería. En otras labores también atendían a más de 400 niños diariamente para brindarles el desayuno ya que provenían de una zona marginada.
“Estudié danza folklórica, siempre ha sido mi pasión, pero cuando entré con las hermanas me pidieron que me profesionalizara en enfermería y acepté porque me permitiría otorgar todos los servicios para ayudar al prójimo, además podía comunicarme con la familia y el enfermo para apoyarlos en muchos aspectos”, indicó.
Sor Ventura siempre se interesó por las tribus del desierto y los nómadas que llevan una vida de mucha pobreza, sin embargo, cuando solicitó servir fuera del país los superiores decidieron que en México había muchas zonas de misión por lo que la enviaron a Guadalajara en el Hospital Materno Infantil de la Luz y posteriormente a la Sierra de Hidalgo en San Bartolo Tutotepec.
Años más tarde regresó a la Ciudad de México al Hospital Guadalupe para atender a los peregrinos que acudían a La Villa. Tiempo después la mandaron a Oaxaca a la Sierra Mixe donde estuvo varios años sirviendo a las agrupaciones indígenas.
“El pueblo Mixe es muy fuerte, tienen un sistema de vida comunitario donde todo es de todos y se protegen entre sí, sus costumbres, cosas, creencias, su gente. Visitábamos 13 pueblos en la sierra para llevar el servicio a las comunidades.
Ibamos caminando a todos los pueblos cercanos para llevar ayuda y comida a las comunidades más necesitadas”, refirió. Su asistencia continuó en un asilo para ancianos en Naucalpan atendido por las voluntarias Vicentinas, de la misma forma en la Casa Provincial donde están las hermanas mayores que han dado su vida al servicio de los pobres y que son los pilares de oración de la congregación.
Durante este tiempo le tocó fundar el albergue “La Esperanza” para enfermos de cáncer en Tlalpan donde se apoyaba a personas que se encontraban en abandono, mientras que otros eran trasladados desde el interior del país.
Posteriormente, en Tabasco estuvo en una isla llamada Quintín Arauz, donde se unen los caudales de los ríos Usumacinta y Grijalva, esta zona en el centro de los pantanos de Centla es habitada por el grupo indígena Chontal, ahí realizaban el trabajo por las comunidades rivereñas viajando en cayucos (canoas) para hacer las visitas a las comunidades y llevar la pastoral.
TODO POR AYUDAR
Fue en 1991 que los propósitos de Dios la llevaron al Congo, a inicio de año sus superiores decidieron que ya estaba lista para enviarla a misiones fuera del país.
“Primero me mandaron a Francia donde aprendí el idioma y preparé la misión de mi vida. Fue en octubre de ese mismo año que abordé el primer vuelo de avión que me cambiaría la vida para siempre”, recordó.
Aunque fue una decisión difícil, los signos de Dios en cada momento fueron fundamentales. Sor Ventura recordó que cuando le pidieron que se fuera al Congo estaba iniciando la primera guerra de Irak.
“Cuando les avisé a mis padres que me enviarían al extranjero, mi madre dijo ojalá te manden a un lugar donde se necesite mucha ayuda. Recuerdo que me dijo: ‘Una cosa te pido no te quedes en Europa ahí no te necesitan, que te manden donde no hay nada’. Al ver al generosidad de mi madre de entregar a su hija a pesar de los peligros, me di cuenta de que era totalmente la voluntad de Dios.
“Mi padre por su parte creía que me iba a amargar porque mi pasión era la danza pero le decía que me permitiera conocer de la labor de las hermanas. Cuando a él le tocó acompañarme a una misión se sorprendió de mi vocación de servicio y me decía que podía hacer esta labor conmigo”, relató.
Recordó que cuando le confirmaron que su destino sería el Zaire, en Africa fue un gusto junto con mi familia, aunque a la vez con un poco de temor a lo desconocido.
Con muchos nervios, pero con su fe puesta en Dios pisó por primera vez el Congo en octubre de 1991y aseguró que fue como venir a México después de estar en Europa por la calidez, acogida y alegría de su gente.
“Cuando llegué a Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, se encontraba con problemas de revueltas sociales, pillaje, violencia. Bajando del avión la azafata me dijo que tenía que tomar el vuelo que la dejará en la zona del ecuador por lo que ni siquiera pasé por Migración.
Cuando llegué al Mandala me dijeron los agentes migratorios que me tenían que detener porque estaba como ilegal, le respondí que no importaba porque ya estaba en el Zaire y aunque estuviera en prisión ya había iniciado mi misión.
“El oficial de migración me preguntó: ¿En verdad tenía muchas ganas de estar en Africa? Le respondí que tenía más de ocho meses esperando entrar al país”, compartió.
Aseguró que en ese momento Dios se manifestó porque los mismos agentes de Migración le arreglaron su situación de estadía y le permitieron ingresar al país sin documentos.
“La hermana que fue por mi al aeropuerto estaba muy sorprendida y me decía: Dios te está guiando porque el personal de migración en lugar de detenerte o cobrar una multa te pidió dejaras tu pasaporte y en unos días harían los tramites para resolver tu estancia e ingresar legalmente a la nación” narró.
Poco a poco se fue adaptando a un nuevo país, costumbres, idiomas, reglas y condiciones en una nación que padecía momentos difíciles por la guerra que duró más diez años y que todavía sigue revuelta en el Este, en Zaire.
“Llevamos unos años de paz y tranquilidad. Nuestro trabajo sobre todo es en una población de un grupo de nómadas y semi nómadas donde nos dedicamos a la educación y salud, vacunas, sanidad, visitas a las comunidades.
Creamos un acuerdo con el Estado que nos permite trabajar en los distritos de salud, tenemos algunos asignados a la comunidad que nos facilita dar el servicio en el Hospital General y asistir a 26 centros de salud en el interior de la selva o sobre el río”, explicó.
Su comunidad lleva programas de vacunación internacional para erradicación de enfermedades como la Polio recorriendo todos los campamentos que están asentados en el río entre los dos Congos y la frontera en la zona rivereña para vacunar a todos los niños.
“Algunas veces nos pegamos a los barcos en marcha con la lancha y nos van bajando los niños para inmunizarlos. Existen otras embarcaciones conocidas como pangas que son empujadas por un motorcito pero que pueden llevar hasta dos mil personas por tiempo indefinido desde una semana hasta un mes y medio, dependiendo como marche el barco; ahí también nos acercamos para lograr vacunar a la mayor cantidad de niños y adultos”, dijo.
Recorriendo las zonas selváticas o viajando en embarcaciones por el río reparten dosis contra polio salvaje y otros medicamentos para evitar las epidemias como el cólera, por ello trabajan en un programa intenso de enfermedades endémicas mediante la medicina preventiva para evitar diversos padecimientos.
En esos recorridos por las zonas de Africa realizan muestras de lepra o de tuberculosis que se envían al laboratorio central, y en caso de resultar positivo se localiza al enfermo a fin de brindarle tratamiento mensual y darle seguimiento y control.
“De esta forma el paciente no tiene que desplazarse al sanatorio como antes, sino que sigue su tratamiento en su pueblo y así se evita que tenga un problema de alimentación y desnutrición porque tienen que viajar de tres a cinco días hasta el hospital y no llevan que comer, en cambio si siguen su actividad y su tratamiento, rápidamente se pueden recuperar”, describió.
Dentro de las demás acciones que realiza la congregación se encuentra el tema de escolarización impulsando la educación desde el Jardín de Niños, la escuela primaria, secundaria y preparatoria. La mayor parte de las misiones es con los jóvenes. Incluso algunos estudiantes logran llegar hasta las universidades.
“Nos donaron tres hectáreas y con mucho sacrificio se ha ido construyendo una escuela primaria, con apoyo de la iglesia y de las obras misionales seguimos edificando dos áreas una para el Jardín de Niños y otra para completar los seis ciclos de la escuela primaria”, describió.
Añadió que también han logrado crear la Escuela de Formación en Artes y Oficios, que esta integrada al Sistema Educativo del Estado, por lo que al terminar su formación básica de albañilería, carpintería, costura, corte y confección, agricultura o cuidado de los animales reciben un diploma del Estado.
“Desde la capital las autoridades acuden a supervisar y a realizar los exámenes profesionales, y eso les da la seguridad a los estudiantes de sentirse valorados y tomados en cuenta, demás de impulsarlos a conseguir fuentes de trabajo”, comentó.
Mediante donaciones de un grupo de médicos franceses, la organización Médicos Sin Frontera y la Embajada de Francia en el Congo lograron construir un centro de salud y equiparlo, también les apoyarán con el personal para empezar a trabajar.
“El objetivo es que la población se pueda atender en ese mismo lugar porque de otra forma si se enferman tienen que caminar 15 kilómetros y otros que viajan hasta 80 kilómetros para recibir atención médica de manera cercana y oportuna para salvar vidas”, indicó.
No obstante, su misión es seguir recorriendo los lugares más recónditos, Sor Ventura camina por la selva acompañada de un enfermero y otro ayudante llevando medicina comunitaria a varios sectores.
“En los pueblos te reciben más de 200 personas que están esperando atención médica y que han caminado hasta tres días de otras áreas porque necesitan tratamientos para la malaria, cólera, control de gestación, entre otros padecimientos. Ese trabajo comunitario es muy importante porque nos acerca a los más necesitados y tenemos la oportunidad de brindar servicio a la gente”, resaltó.
En 25 años de servicio en el Congo han sido más las satisfacciones que el sufrimiento, sin embargo, recordó que en el tiempo de la guerra se destruyeron muchísimos edificios y cosas necesarias para la población que todavía siguen reconstruyendo.
“Es un trabajo de titanes porque el país aunque de recursos es muy rico, en dinero es muy pobre ya que no existen los medios para explotar o son las potencias extranjeras las que aprovechan. Aún existen conflictos armados porque son zonas que tienen oro en la frontera de Ruanda, Burundi, Uganda y Sudan hay otros grupos que se dedican a robar, violar, matar y cuando los pobres de los pueblos se van por la difícil situación, ellos se quedan con esa riqueza. Es una situación que se conoce mundialmente pero no sabemos por qué no se le encuentra solución por parte de las autoridades”, detalló.
A pesar de todo, Sor Ventura continua firme en su vocación de servicio desde hace más de 45 años, cuando sintió el llamado de Dios para realizar obras de solidaridad con los más vulnerables y aunque el destino la llevó hasta el Congo, desde hallá sigue con la labor de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul.
Con una energía y vitalidad impresionante a sus 62 años de edad dice: “Mi vocación es ayudar a las personas que padecen miserias y pobrezas del mundo. Con mucho esfuerzo hacemos lo que podemos, el resto lo dejamos en manos de Dios”.